Las Bienaventuranzas
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que “las bienaventuranzas” están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos.
Las bienaventuranzas (Mt 5,3-12)
- Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
- Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
- Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
- Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
- Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
- Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
- Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
- Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
- Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
1ª Bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los cielos”.
El campo de las Bienaventuranzas empieza donde acaba el Decálogo. Jesús nos invita a un desasimiento efectivo . Pide a los menos favorecidos que cierren resueltamente su corazón a toda codicia. Ordena a los privilegiados que se desprendan de lo superfluo en beneficio de quienes no tienen bastante y les invita a superar esta medida obligatoria, pues un cristiano no practica la virtud de caridad por el mero hecho de socorrer a los demás: tan solo empieza a amar a sus hermanos en el momento en que se priva él mismo de algo en su favor. Claro que no cabe hablar de desinterés, sino únicamente de honradez y de justicia, cuando la probidad y el respeto de los derechos ajenos provoquen más de una vez un notable empobrecimiento.
¿Cuándo Jesucristo fue honrado y justo? ¿Con quién?... con la pecadora pública, con el buen ladrón, pagó los impuestos como un ciudadano…
2ª Bienaventuranza: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”.
La palabra griega que traducimos por “mansedumbre” se aplica a los poseedores de diversas cualidades, que van desde la mansedumbre al aguante. En todo caso “los mansos” no son los blandos ni los amorfos. La mansedumbre evangélica implica firmeza de carácter: “No se turbe vuestro corazón”, dirá Jesús (Io. XIV, 1, 27), y añadirá en otra ocasión: “Por vuestra paciencia salvaréis vuestras almas” (Lc. XXI; 19). No se trata de un determinado temperamento, de una disposición natural hecha de indiferencia y apatía, como tampoco de costumbre de capitular ante los razonamientos o las pretensiones ajenas para evitar incidentes. La mansedumbre es una virtud y, por tanto, un acto de fortaleza. No nos equivoquemos sobre su exterioridad tranquila y a veces sonriente, pues no se adquiere más que por severidad para consigo mismo.
¿Cuándo Jesucristo vivió la mansedumbre? ¿Con quién?... con los pecadores, con los fariseos hipócritas, durante la Pasión…
3ª Bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”.
A quien confía en Dios, hasta los malos días le traen su pequeña alegría: la energía sonriente en la adversidad o, al menos, la canción que acompasa el trabajo, el ímpetu interior que resiste al peligro y al duelo, o sencillamente la poesía que transfigura las miserables pequeñeces cotidianas, Los hombres se entristecen porque no comprenden o porque no aceptan. Pero el cristiano se abandona al Padre que sabe y que decide, al Dios que distribuye los días de sol o de escarcha, al delicado Artista que ha imaginado las espinas para proteger a las rosas; sí, sin duda alguna: pero aún se abandona más al “Dios que se hizo hombre para que el hombre llegase a ser Dios”. Y con esta frase San Agustín os revelo “el gigantesco secreto” de la alegría cristiana.
¿Cuándo Jesucristo manifestó alegría? ¿Con quién?... con los niños “dejad que se acerquen a mi”, con la gente sencilla, con sus amigos, descansando…
4ª Bienaventuranza: “Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos”.
La santidad se caracteriza, en suma, por la unión con Jesucristo. Unión de vida, de gracia, de gloria, que es obra exclusiva de Dios. Unión de pensamiento, de abalanza, de amor, de obediencia, que es la abalanza, de amor, de obediencia, que es la parte que en ella nos corresponde. El hambre de santidad es, pues, un tormento irresistible de no ser más que uno solo con Él, un deseo siempre constantemente renaciente de conformar nuestros pensamientos con los suyos, de identificar nuestra voluntad con la suya, lo cual implica una resolución constantemente reanudada de parecernos a Él en nuestras acciones. Esta hambre jamás acallada, Cristo también lo calma y la mantiene a la vez por su gracia, hasta que lo sacia definitivamente en la unión eterna del cielo.
¿Cuándo Jesucristo acudía a su Padre? ¿Con quién?... antes de tomar decisiones, ante las dificultades, con sus amigos y enseñándonos a rezar el Padre nuestro…
5ª Bienaventuranza: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.
Finalmente la misericordia es un acto de justicia para con nosotros mismos. “No quiero pensar más en ello –decís–: pero no le perdono”. De todos modos seguiréis pensando en ello. Os encerraréis en una frialdad calculada, llegaréis a ser habitualmente desconfiados y amargos, ahogaréis en vosotros mismos toda bondad. Solo se olvida cuando se perdona. Triunfad de la ofensa negándoos a teneros por ofendido: esa es la manera de Dios, la que destruye el mal. Perdonar es un poder divino.
¿Cuándo Jesucristo perdona? ¿A quién?... siempre y con todos.
6ª Bienaventuranza: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.
El cristiano puramente cristiano –limpio de corazón– es el que obra como cristiano en cualquier circunstancia. Es fiel a su palabra; llega hasta el límite de sus convicciones, sin dejarse trabar por ningún compromiso. Sus actitudes, sus decisiones, sus gestiones lo señalan, lo “caracterizan” como cristiano.
Esta misma integridad de carácter debe encontrarse en todos los discípulos de Cristo. Choca con lo que hoy se llama conformismo, para calificar así la costumbre de regular la propia conducta sobre las ideas o los ejemplos de la mayoría. Este defecto ha existido siempre, solo que es más sensible en nuestra época, que ha desarrollado un espíritu de rebañego simultáneamente con los medios de publicidad. En nuestros días se difunden las opiniones y se imponen las costumbres del mismo modo que un producto alimenticio o una marca de jabón. Todo se fabrica ahora en serie. No es solo que todos los habitantes del planeta tiendan a componerse la misma silueta con un vestido de idéntico corte, sino que la uniformidad es también de rigor en el campo del pensamiento.
¿Cuándo Jesucristo actúa sin doblez ni engaño? ¿Con quién?... con sus Apóstoles, amigos y enemigos…
7ª Bienaventuranza “Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
Las Bienaventuranzas anteriores no han puesto en la mano la espada para que cortásemos en lo vivo de las pasiones humanas. Si nos hemos liberado de las trabas del dinero y del orgullo, endurecido en el sufrimiento y arrancado de la mediocridad, de la dureza y de la duplicidad, entonces la paz de Cristo puede desarrollarse ya en nosotros e irradiar a nuestro alrededor.
A ser posible, y cuanto de vosotros depende, tened paz con todos (Rom., XII, 18). Cuando San Pablo exhorta a los fieles de Roma a que se muestren pacíficos, no les promete que sus manifestaciones amistosas hayan de ser siempre pagadas con la reciprocidad. “A ser posible, y cuanto de vosotros depende”. Para vivir en paz con el prójimo hace falta que sean dos quienes lo deseen. Y eso es que el Apóstol no tiene presente más que las relaciones ordinarias de su vida. ¿Qué será cuando se trate de mantener la paz pública, sea de los diferentes pueblos de la tierra? Sin embargo, los temores, las mismas posibilidades de un fracaso, no dispensan a los cristianos de intentarlo todo, de atreverse a todo para hacer reinar la paz en el mundo; pues solo bajo esta condición merecerán ser llamados hijos de Dios.
¿Cuándo Jesucristo transmite la paz? ¿Con quién?... Dialogando incluso con sus enemigos, ante las discusiones de sus Apóstoles, en los momentos de tensión y de sufrimiento…
8ª Bienaventuranza: “Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el Reino de los cielos”.
Jesús interroga a su auditorio: “¿Estáis decididos a luchar por los derechos de Dios y por los derechos de vuestros hermanos, a oponernos al mal bajo todas sus formas?”. Porque para extender el reinado de Dios le hacían falta unos discípulos valerosos. Los que vinieran tras Él no debían contentarse con enseñar y con practicar la “justicia” –lo cual implica ya, ciertamente, serios esfuerzos–, sino que habían de comprometerse a defenderla y a sufrir por ella.
Esta exhortación al valor hace oír Cristo a los hombres de todos los tiempos, a todos los que quieren ser cristianos. Recordemos que nos alista para un combate cuyo desenlace no es dudoso: “Yo he vencido al mundo”, nos ha dicho. Sintámonos, pues, dichosos, a pesar de la fatiga, del recelo y de los tratos injuriosos, pues, que tenemos la seguridad de la victoria del Evangelio.
¿Cuándo Jesucristo fue valiente? ¿Con quién?....ante el mal, ante el dolor y sufrimiento…
9ª Bienaventuranza: “Bienaventurados seréis cuando os insulten y os persigan, y con mentira digan mal contra vosotros, todo género de mal por Mí. Alegraos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros”.
Nosotros, los cristianos, tenemos todavía algo más que a Moisés y a los profetas. Alguien ha regresado de esas esferas eternas donde los hombres no vuelven. El hijo de Dios se hizo hombre para compartir su filiación divina. Toda su predicación estuvo orientada hacia esta vida nueva y eterna otorgada a los que creyeran en Él. A los escépticos que lo intimaban a que suministrase las pruebas de lo que afirmaba, les respondió que no daría de ello más que una sola. Él mismo pasaría por la muerte y regresaría vivo con esta Vida de la cual haría participar a los hombres regenerados.
Los acontecimientos se produjeron tal y como los había Él anunciado. Nuestra fe, observadlo, no descansa sobre unas teorías, sino sobre unos hechos históricos. Y el hecho capital es la resurrección de Jesús. Sus apóstoles empezaron por apartar la realidad de tal prodigio. Vacilaron y dudaron. Finalmente, ante las repetidas apariciones del Salvador, a ellos mismos y a otros -en una ocasión estaban reunidos más de quinientos hermanos-, se rindieron a la evidencia. Y desde entonces proclamaron hasta su muerte aquello de lo cual habían sido testigos. “Nosotros lo hemos visto con nuestros ojos, tocado con nuestras manos; nosotros hemos vivido y comido con Él, después de su resurrección de entre los muertos”. En vano se usó de amenazas para que se callasen, pues replicaban: “nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”. Pero tanto Pablo como los demás apóstoles dedujeron las consecuencias del triunfo de Jesús sobre la muerte. Su resurrección es la prueba suprema de su divinidad y, por tanto, de la verdad de su doctrina; y además implica la certidumbre de nuestra propia resurrección. Así como las primicias son el testimonio de la futura cosecha, la victoria de los cristianos se haya contenida en la victoria de Jesús .
¿Cuándo Jesucristo vivió el optimismo profundo? ¿Con quién?...ante aparentes fracasos, con los traidores…
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Artículo escrito con extractos de Las Bienaventuranzas de Georges Chevrot (15ª edicion, Ediciones Rialp). Publicado originalmente en www.opusdei.org en el año 2014. FUENTE : http://opusdei.es/es-es/article/las-bienaventuranzas-3/
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