jueves, 10 de mayo de 2018

Una parábola optimista

Una parábola optimista*
–Prospectiva de Marcos 4,30-32–

AUTOR: HERNÁN CARDONA R., SDB** THEOLOGICA XAVERIANA 151 (2004) 469-484

Jesús de Nazaret aparece muy original en el anuncio del Reinado de Dios, presenta su mensaje a través de comparaciones y frases breves. En pocas palabras, habló en parábolas; en ellas mostró su captación del Reinado; y en su propia persona traslució no lo aprendido en una escuela rabínica, sino la captación por experiencia en él mismo de Dios su Padre; su compresión nace de su estrecha y personal relación con su Padre en la vida cotidiana hecha oración.
Palabras clave: Jesús, el Reino, parábola.


* Este artículo representa el avance de una investigación más amplia sobre “las parábolas
de Jesús”, del grupo Biblia y Teología reconocido por el Centro de Investigaciones,
CIDI, de la UPB, de Medellín, y por Colciencias, Colombia. Director: presbítero doctor
Hernán Cardona Ramírez, SDB; investigadores: Juan David Figueroa y Juan Bedoya.

** Director de Posgrados, Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Correo electrónico:
posteo@upb.edu.co - grupteo@upb.edu.co
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INTRODUCCIÓN
Cuando se trata de asuntos bíblicos y exegéticos la reacción de algunos lectores podría ser: ¿Otra vez la Biblia? ¿De nuevo las parábolas de Jesús? ¿Acaso no está dicho todo? ¿Pensó Jesús al pronunciar unas frases tan breves y simples toda la interpretación extraída por los estudiosos? Y con bastante
probabilidad caben muchos interrogantes más.
Tener en cuenta el pensamiento de los lectores y de los estudiosos constituye un eje nuclear en las investigaciones, porque marca derroteros y fija retos. Sin embargo, desde otra perspectiva, la Biblia no se agota en un texto anquilosado y fijo. Más bien emerge como un escrito nacido de la vida, de la experiencia de creyentes y por tanto dinámico, creativo, eficaz, tan tajante como una espada de doble filo (Heb 4,12). En este sentido, en el siglo XXI cabe leer y estudiar las parábolas de Jesús de Nazaret; pero la propuesta en este caso asoma muy sencilla: antes que enormes exposiciones amparadas en voluminosas citas de pie de página, aspiramos a dejar hablar el pasaje por sí solo y al final extraer de allí algunas conclusiones prospectivas.

EL GRANITO DE MOSTAZA (MC 4,30-32)
Alguien podría plantear una pregunta ¿Por qué este texto y no otro? Convendría considerar varios motivos, pero baste solo uno: de las parábolas atribuidas a Jesús, la de Marcos 4,30-32 constituye la única comparación refrendada por tres fuentes literarias independientes y muy antiguas.1 Si no tuviéramos certeza de cuáles parábolas pertenecen en su origen a Jesús, de ésta, según los estudiosos, no cabría dudar. En su versión más simple el apólogo abarcaría los siguientes elementos:
¿Cómo compararemos el Reinado de Dios, en qué parábola lo pondremos?
Con el Reinado de Dios sucede como con un grano de mostaza, cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de las semillas que hay sobre la tierra, cuando se siembra, asciende y se hace más grande que todas las hortalizas, y produce grandes ramas, de modo que pueden debajo de su sombra las aves del cielo anidar.2
La frase inicial, “con qué asemejaremos el Reinado de Dios”, expresa la razón de ser de una parábola. Básicamente se entiende como una comparación y con mucha probabilidad las parábolas más originales de Jesús empezaban de esa manera. La doble pregunta es típica del lenguaje sapiencial
hebreo y en su sentido primario busca llamar la atención del auditorio para escuchar un planteamiento no sólo importante sino fundamental (cfr.Pesch, 1980: 416-417).
Para formular una comparación se requieren al menos dos elementos; en este caso Jesús de Galilea parangona el Reinado de Dios con un grano de mostaza; los dos tópicos en cuestión desvelan algunos datos. A Jesús le interesa “el Reinado”. Este constituye su preocupación fundamental. Por eso acá llama la atención sobre tal argumento; según el texto evangélico más antiguo, el Reinado soporta el núcleo de su primer anuncio (Mc 1,14-15); en pocas palabras, Jesús gira en torno al Reinado de Dios. El otro tema de referencia, el grano de mostaza, hace parte de la vida cotidiana de los campesinos palestinenses y de prácticamente todos los sembradores de la cuenca del mar mediterráneo (ver Kapkin (1997: 178) y Crossan (2000: 326-327). El grano requiere una tierra dónde sembrarse; además, se conoce como pequeño: la semilla más pequeña, según la opinión popular de aquella época.
La importancia de la tierra en la que se deposita la semilla dirige nuestra mirada al segundo Isaías, profecía leída con cierta frecuencia en las sinagogas, por varios motivos, entre ellos, la referencia a un nuevo éxodo, experiencia típica de salvación en el pueblo de Israel, y situación ampliamente añorada en tiempos de Jesús, cuando los judíos se encuentran sometidos al Imperio Romano. En el segundo Isaías descubrimos un pasaje muy preciso respecto a la relación entre la semilla y la tierra:
Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, hasta que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé semilla al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié. (Is 55,10-11)3
La iniciativa viene de arriba, la lluvia y la nieve descienden de lo alto, afloran como un don, como un regalo, una auténtica gracia. La lluvia empapa la tierra, y si esta frase es pronunciada para Jerusalén y Judá, cabe imaginar la importancia capital de la lluvia en un territorio desértico. En la estepa, como en ningún otro lugar, el agua se espera como el líquido para sobrevivir; por eso a continuación la atención se centra en la fecundación y en el proceso de germinación, pues de allí salen la semilla y el pan para el sustento del sembrador y su familia; sin duda, el ámbito en mención apunta a la subsistencia, a la vida cotidiana.
Este dinamismo asumido por la lluvia opera de manera similar con la “palabra” (dabar) en hebreo rbD una de cuyas primeras acepciones abarca acontecimiento, hecho, suceso, es decir, un dinamismo histórico (Schökel,1994: 170-172). Esta palabra de YHWH no retorna a su origen sin antes cumplir
la misión confiada. Llama la atención un texto profético donde la palabra divina sea comparada con una semilla; nos ubicamos en la esfera de la siembra, como Marcos 4,30-32, y así mismo se destaca allí la iniciativa de Dios en esta acción, porque quien está hablando en Isaías 55 es YHWH. ¿Será
este dinamismo una acción típica de Dios?
Según la parábola de Jesús, el grano sembrado en la tierra es pequeño4 ; algunas citas del Nuevo Testamento caminan en ese sentido: Mateo 13,32; 17,20; Marcos 4,32; Lucas 13,19; 17,6. Incluso para algunos estudiosos esa pequeñez se exhibe proverbial en la literatura judía (Pesch, 1980: 417).5 De otro lado, el crecimiento de esta diminuta semilla, hasta echar grandes ramas, que sirven incluso para los nidos de los pájaros, representa un motivo bastante conocido en las tradiciones escritas del Antiguo Testamento.6 La dificultad no estriba en ese crecimiento sino en la manera como dicha frase deba interpretarse a propósito del Reinado de Dios.

APUNTES INTERPRETATIVOS
Para una de las primeras interpretaciones de esta parábola el punto principal de la comparación no es el contraste entre un comienzo exiguo y un gran resultado. Predomina más bien el criterio del crecimiento, hasta el punto de llegar a ser un árbol capaz de dar cobijo a las aves. Este último dato se halla en consonancia con pasajes del Antiguo Testamento en los que el gran árbol frondoso simboliza la imagen de un imperio capaz de ofrecer protección política a sus Estados tributarios. Para C. H. Dodd, defensor de esta posición, el símil forma parte del grupo denominado “parábolas de crecimiento”, en las cuales el Reino de Dios (no habla de Reinado) se parangona con la siega (1974: 179-182). Desde este criterio la presente comparación afirma la llegada del tiempo en el cual las bendiciones del Reino de Dios están al alcance de todos los seres humanos. Cuando muchos proscritos y menospreciados de Israel –y quizás también muchos gentiles– escuchen la presente llamada será la señal indicativa del final de un proceso de oscuro desarrollo y talante discriminatorio. El Reino de Dios está aquí. Por eso las aves se congregan para guarecerse a la sombra del árbol tupido con grandes ramas.
Una segunda percepción de la parábola la encontramos en los libros de Joachim Jeremías (1994: 110-120; 1970: 112, 116, 130, 180, 183); el hombre oriental, según él, no piensa en el “desarrollo o crecimiento”, sino más bien pone atención al estado inicial y luego al momento final; prefiere relacionar el comienzo y la culminación; es decir, si la conclusión maravillosa y sobreabundante es cierta, por este motivo cabe creer con plena confianza en ese inicio oscuro, pues efectivamente llegará a buen puerto.
Un estudioso del Nuevo Testamento en especial, del Evangelio de Marcos, se aproxima a la parábola haciendo énfasis en la presentación del Reino en labios de Jesús. La parábola fue dicha y puesta por escrito para hablar del Reino. Según Rudolf Pesch el Reino de Dios y su futura grandeza se muestran en esta comparación en la imagen tradicional del Reino de la paz, el cual ofrece salvaguardia (1980: 419). Este Reino comienza con un grano pequeño y modesto como el de la mostaza. Para el oyente debe ser sorpresiva una comparación de este estilo, porque el minúsculo granito de mostaza como referente del Reino anunciado por Jesús fácilmente echa por tierra el retrato –común en el Antiguo Testamento– del gran árbol símbolo del señorío universal.
Si Jesús no utiliza la imagen de un cedro frondoso para hablar del Reino entonces ahora se trata de un evento digno de fe. El Reino de Dios se instaura con el pequeño servicio de Jesús, que pone de manifiesto al presente la acción del Reino. Para el autor del Evangelio, Dios ya plantó su señorío, aunque de manera paradójica y hasta escondida; el inicio inadvertido implica la confianza en una gran consumación. Jesús dice: como la acción maravillosa de Dios hace brotar una gran planta del granito pequeño, así la siembra modesta seguirá el magnífico cumplimiento de su reino.
Para Pesch, así mismo, en este estadio de la tradición marcana ya se piensa en la iglesia evangelizadora de los paganos, pueblos cobijados a la sombra del Reino. Para Marcos esta comparación en labios de Jesús demuestra cómo Dios entrega el Reino a la comunidad de forma escondida, y ella, la Iglesia –cual representante del Reino de Dios– garantiza el cumplimiento
glorioso, a pesar de su irrelevante pequeñez.
Para David Kapkin (1997: 178-180) el énfasis de la comparación tampoco está en el crecimiento progresivo de la semilla. Jesús más bien recalca el contraste entre el grano y la planta; en tal contraste estaría el parecido con el Reinado de Dios. Este hecho brinda una base al exegeta para descalificar
toda alegoría que vea, sin más, en la Iglesia, el Reinado de Dios, tema ciertamente constante en muchas predicaciones y variadas teologías. Se debe admitir, dice Kapkin, una estrecha relación entre Reino e Iglesia, pero sobre todo a partir de la muerte y resurrección de Jesús. Después de la Pascua la
Iglesia tiene una tarea concreta frente al Reino: es servidora de él. Y aparece no como el árbol grande y acogedor, sino más bien como la semilla pequeña e insignificante. La particularidad de Jesús consiste en presentar la obra divina actualmente simbolizada en el grano de mostaza, pero identifica finalmente la misma obra divina en el futuro, figurada en el arbusto, en cuyas ramas y bajo cuya sombra anidan las aves del cielo.

Por último, citamos a Crossan. La parábola, según él, habla de la mostaza en general, pero ¿qué sentido tiene la mostaza en la cuenca del Mar Mediterráneo? Crossan se basa en un texto de la Historia natural de Plinio el Viejo (2000: 326-327; 2002: 247-259) para mostrar unas características de la mostaza: tanto la variedad cultivada, como la silvestre, son peligrosas, pues se consideran “hierbas malas” capaces de infestar los arados sembrados de granos. Por tanto, como semilla configura un peligro para el huerto y puede ser mortal para los campos. De acuerdo con lo anterior, el énfasis, no está en el tamaño del grano ni en su culminación. Para Crossan, si además se piensa
en el parangón del poder de Dios con la cizaña, entonces la parábola apunta a describir la planta, y por ende, el Reino de Dios como aquel arbusto que crece en donde no debe, se propaga en forma totalmente descontrolada y además suele atraer las aves del cielo (para los campesinos judíos, los pájaros son los enemigos naturales de la siembra), es decir, allí donde precisamente nunca serán bien recibidos.
Pues bien, según John Dominic Crossan, Jesús compara el Reino no ya con el poderoso cedro del Líbano o la cizaña común, sino con un arbusto de sabor picante que tiene una peligrosa capacidad de propagación, deseable sólo en pequeñas dosis o de forma controlada, siempre y cuando sea posible
intervenirla. Finalmente, ese soto atrae a los indeseables pájaros del campo, nunca saciados con las semillas recién sembradas. En síntesis, para este autor, Jesús contrasta el Reino con el grano pequeño de la mostaza, para mostrar como destinatarios de su anuncio a los indeseables de aquella sociedad del siglo I d.C.
Ciertamente cabría mencionar otras interpretaciones valiosas sobre el asunto. Las expuestas en orden a la brevedad y el espacio físico limitado entregan en forma comprensiva algunas de las principales percepciones de la así denominada parábola del grano de mostaza.

LA PARÁBOLA DESDE LA EXPERIENCIA DE JESÚS
El presente apartado no pretende una absoluta originalidad. Muchos elementos se hallan tácitos o expresos en los comentarios ya referidos. Sólo se insiste en la importancia de ver la parábola con los ojos de Jesús, es decir, desde su perspectiva.
De acuerdo con el texto primitivo la parábola sale de los labios de Jesús. Si no tenemos exactamente las frases originales, según las tres fuentes independientes capaces de soportar el texto, estamos muy cerca de Jesús y de su intención primera. Topamos aquí, por tanto, rasgos muy típicos de Jesús. En ese sentido el símil habla de él mismo. Si además, tenemos en cuenta a Isaías 55,10-11, captamos cómo existe una relación estrecha entre YHWH, la tierra y la semilla desde el criterio de una acción. ¿Dónde descubrió Jesús tal acción? No parece probable aprender ese dinamismo en una escuela rabínica ni en una institución afín; quizás no tenga muchos obstáculos pensar como lugar de la enseñanza la relación con su Abbá, el ámbito del encuentro personal, pues aunque la expresión “Reino de Dios” se halle en la Biblia de los LXX, apunta más bien, por implicar una acción dinámica, a un “Reinado” y como tal sería un movimiento, un proceso con una meta concreta. De otro lado, si el primer referente de la comparación es Jesús, entonces él es único y original.
Un elemento ulterior asoma en la parábola: el apólogo trata del Reinado de Dios, habla de Dios, de la captación personal propia de Jesús respecto de su Abbá; con esta descripción Jesús va en contravía de la presentación común sobre Dios en muchos momentos de Israel y en particular en el siglo I d.C.,
con diversos grupos o movimientos judíos. Jesús dice: ‘Ustedes estaban acostumbrados a YHWH sebaot, grande, todopoderoso, rodeado de truenos y relámpagos como en el monte Sinaí, a un Dios circundado de ángeles con espadas de fuego…, pues hoy quiero mostrarles, porque es mi experiencia,
cómo Dios es muy distinto, totalmente contrario a su manera de pensar; yo hago y tengo experiencia de un Dios diferente. A mi Dios lo capto como Abbá, como un papá, su acción penetra el corazón, la mente y la conciencia del ser humano de manera ínfima, inadvertida, llega allí con el don de la vida.”7 Esta parábola revela de cuál Dios tiene conciencia Jesús; de ese Padre se da cuenta Jesús por experiencia, a través de una praxis de relación personal.

Al traste con una escala de valores
Si tal presentación es cierta, entonces con esta parábola Jesús está cambiando la escala tradicional de valores judíos, porque voltea la comprensión de Dios.
El Abbá no es inmenso como el monte Everest, ni como las torres de cemento más altas del mundo de su época, ni siquiera como el monte Carmelo en Palestina; el padre de Jesús se hace sentir muy pequeñito como un granito de mostaza.8 Y actúa desde esa pequeñez por varios motivos: para
permanecer en todos los corazones, para no incomodar ninguna conciencia, para dejar en la mente espacio a una opción vital; un “granito de mostaza”, de un tamaño inferior a la cabeza de un alfiler, no fuerza ni violenta a nadie.
Incluso de esa manera Dios descubre no sólo su humildad sino su intención definitiva hacia los seres humanos; busca en ellos un sitio muy pequeño al inicio para abrirse espacio desde las intenciones, las motivaciones, los valores y las actitudes más recónditas con las cuales el ser humano realiza cotidianamente su existencia en relación con los otros. Cabe constatar cómo lo pequeño, el resto de Israel, el pequeño número marca un hilo conductor en toda la Biblia (ver a Lohfink, 2003: 57-68).
Brota de manera espontánea una pregunta: ¿Es posible y conviene hablar de Dios en estos términos de pequeñez y abajamiento? En variadas presentaciones de Dios, sobre todo, en los tratados Misterio de Dios y Teodicea, no es ajena esta expresión: “Dios es trascendente.” Y las explicaciones pueden
ir por vías como ésta: Dios es trascendente porque está fuera del mundo, es inabarcable; esa es su grandeza, se encuentra en el más allá… Sin embargo, cuando nos aproximamos a un diccionario para desentrañar el significado de trascendencia y trascender, podemos encontrarnos con alguna sorpresa.
Trascendencia es la acción de trascender y éste a su vez significa “despedir una cosa un olor penetrante, por el cual se acusa su presencia a distancia considerable: ‘El rico olor del asado trascendía hasta donde nosotros estábamos.’
Despedir olor en cualquier forma, por ejemplo, un perfume cuando pasa de una estancia a otra. Empezar a ser conocida una noticia fuera de la intimidad de cierto círculo. Extenderse o comunicarse a otras cosas o a campo más amplio las consecuencias o los efectos de un hecho o circunstancia”
(Moliner, 2001).

La humildad de Dios Padre
Desde esta perspectiva, para Jesús, la grandeza de Dios, su Abbá, la constituye de manera paradójica la pequeñez, su humildad. Con este criterio procede la creación y la encarnación, pues Dios se acerca a la historia, se hace humanidad. Además, cuando se piensa en la Trinidad como económica, simplemente se afirma que ella está volcada hacia fuera, en favor de los seres humanos, metida en esta historia; Dios no se encierra ni se guarda en una urna de cristal lejana. Al contrario, sale desesperadamente a encontrarse con el ser humano en esta historia, se agacha y se abaja para poder encontrarlo en esta creación. Dios es trascendente porque sale de sí al encuentro del ser humano en la historia y en la creación. Desde la parábola del grano de mostaza, humilde es quien cabe en todas partes, no estorba en ningún lado, como lo hace el mismo Dios, padre de Jesús, en los corazones de la entera humanidad.
Esta percepción de Dios como Abbá en la toma de conciencia realizada por Jesús, con tales rasgos, no sólo revuelca muchas escalas de valores antiguas y nuevas. Ratifica además un dato anterior. Esa captación por experiencia no la aprendió Jesús de una escuela ¿Dónde enseñan un dinamismo
de este tipo? Y tal vez menos en Israel, donde imperaba el fiel cumplimiento de la Torah.
Sin duda, una presentación de Dios con estos atributos no es fácil de aceptar, pues la imagen corresponde a un Dios “casi impotente”. Sin embargo, en la dinámica no sólo de la creación, sino también de la relación Dioshumanidad, de la revelación, el Creador espera la respuesta del ser humano a su propuesta; entre comillas, “Dios depende” de la contestación de las personas. Esta actitud no rebaja ni demerita al Dios de Jesús. Al contrario, lo fortalece y lo aproxima mucho más a la humanidad. Dios es grande porque siendo divinidad se hace humanidad, se abaja, se hace pequeño y espera de nosotros una réplica; como Abbá es capaz de adaptarse a la situación de la historia, de la creación y de sus criaturas. Desea llevar adelante su propuesta histórica contando con todos los seres humanos (García, 1997: 295-305).

Jesús fue muy peculiar
Pero aflora un dato fundamental: aunque Dios espera una respuesta del ser humano, no detiene su proyecto; el proceso sigue adelante a pesar de muchas negaciones de las personas. Este dato se fundamenta en la parte final de la parábola. La culminación es sobreabundante, supera toda humana previsión, ese dato brinda absoluta confianza. ¿Dónde fabrican las aves sus nidos? Nunca a ras de piso, ni en lugares desprovistos; siempre en sitios seguros, altos, protegidos, capaces de brindar mucha familiaridad. El Reinado o la propuesta de Dios en Jesús para la humanidad brindan plena confianza. Un nido para un pajarito incluye la seguridad, la vida y la propagación de la especie.
El Reinado anunciado por Jesús opera los mismos mecanismos del grano de mostaza en quienes se abren a la acción de Dios, desde la humildad, la pequeñez, dejándose revolver por un Dios capaz de cambiar la escala de valores tradicional. Desde el Reinado de Dios, con los rasgos propuestos por
Jesús en el grano de mostaza, subyace una insinuación letal, la realidad de la vida no puede seguir sin más los dinamismos de un mundo marcado por el dinero, el poder, la violencia y la grandeza. Ahora irrumpe lo pequeño amparado por un final impactante.
La originalidad de Jesús brota entonces desde varias perspectivas, a partir de esta parábola. Ante todo, allí habla de sí mismo y de su propia experiencia (Rawson, 1985; Rey, 1984). Luego, cuando departe sobre el Reinado, conversa de Dios como quien realiza una acción en él. Es Dios creador en Jesús, en las personas, con profundo respeto por la dignidad e identidad de todo ser humano; no fuerza, nunca obliga, se aproxima como un Padre a su hijo neonato, por eso es Abbá. Sin embargo, la novedad no está en la expresión, pues ya era conocida desde el Antiguo Testamento.
Más bien la expresión Abbá, de ordinario utilizada por los niños para acercarse a sus padres y abuelos, desnuda una actitud vital de Jesús: toda su vida se sintió pequeño delante de su Padre, quiso permanecer niño en relación con su papá, dejarle el protagonismo de su existencia. No dejó primar la razón, sino el sentimiento, la relación entrañable, el afecto. Esta manera de comportarse –cabe repetir una vez más– sólo se aprende por experiencia personal.
Parece esencial a estas alturas afirmar que Jesús siente y experimenta a su padre Dios como un acontecer en él mismo, y Jesús con las parábolas busca despertar en sus hermanos y hermanas ese mismo proceso, o al menos hacerles tomar conciencia de cómo está Dios en el interior de cada uno, si
actúa o, por el contrario, está amarrado e impedido dentro del corazón humano. A Jesús le interesa desencadenar en los oyentes la acción creadora de Dios Padre, así como sucede en él. Estas modestas comparaciones invitan a las personas a darse cuenta de la acción de Dios en ellas. Por eso los relatos de parábolas, en sentido estricto, deberían comenzar así: “Dios, Padre bueno, funciona en las personas como con… o Dios acontece en el ser humano como sucede con un grano de mostaza (Mc 4, 30-32)...” Así las cosas, la pintura no se puede separar de quien la narra, Jesús y la imagen coinciden, configuran un solo proceso y una idéntica realidad.9

La parábola del optimismo
Desde adentro y por todas partes Dios busca saturar a las personas. Tomar en serio a Dios, hacerle caso, cumplir su voluntad, implica sentir su voz no distinta de la popularmente denominada “voz de la conciencia”: la decisión y la opción de obrar el bien en favor del otro reconoce el toque certero de
Dios en el espacio más íntimo del ser humano. Una persona llena de Dios, aplicada al servicio aparece limpia en la historia. Más bien equivoca a los seres humanos el juego de intereses y la búsqueda egoísta. Dios, según lo percibe Jesús en tal comparación, se muestra ajeno a estos intereses.
En la comparación del grano de mostaza Jesús revela el Dios experimentado desde dentro, y dice: Dios mi Padre se deja sentir, no se muere en ti; al contrario, te recrea a diario, crece todos los días en ti hasta echar ramas frondosas; Dios en ti es siempre muy optimista. Por eso los seres humanos tenemos remedio para corregir nuestro mal porque estamos habitados por Dios. Quedamos delante de la parábola del optimismo. Aunque Dios no aparezca por ningún lado, ni casi se deje sentir, desde esa pequeñez humilde crea una nueva historia y dinámicos seres humanos.
Esta línea trasversal de la parábola en mención se constituye en la matriz fundante de las otras parábolas, o sea, en el formato, maqueta u horma desde donde se aprehenden las demás. Tal vez por eso las parábolas más originales de Jesús debían ser muy breves.

HORIZONTE COMPRENSIVO
Aunque el presente artículo –como se insinuó al inicio– hace parte de una investigación más amplia, hasta acá parece posible al menos insinuar tres apuntes sobre las parábolas, en orden a contribuir en la captación de la novedad sobre las parábolas de Jesús en el presente siglo.
En primer lugar, ahondar en la persona de Jesús como el lugar propio y original desde donde se deben estudiar todas las parábolas, o al menos aquellas consideradas en los estudios críticos como las más auténticas, bastante cercanas al Jesús de los primeros años del siglo primero de esta era, en la Galilea palestinense. Desde Jesús será posible sacar muchos criterios exegéticos y hermenéuticos valiosos todos para los estudios posteriores. Sin embargo, hoy sentimos la necesidad de aprehender las parábolas desde su persona.
Ahora bien, ¿qué es una parábola? Más allá de una definición técnica, deberíamos tomarla básicamente como una sencilla comparación que ofrece al menos dos elementos mínimos de parangón: Reinado de Dios o de los cielos, y un evento cotidiano. Todo porque la función de la parábola consiste en hacer tomar conciencia, darse cuenta de la acción de Dios dentro de cada
persona (cfr. Calle, 1991; Girabal, 1979; y Gutiérrez, 1995). El centro no está en el relato, ni en el cuento, ni en la descripción. Ese recurso narrativo pretende más bien mostrar el acontecer divino, una manera de comportarse en la historia frente a los hermanos y hermanas; la humanidad de Dios
percibida por experiencia en Jesús. Por eso son esenciales en los relatos tanto quien habla como quien escucha; desde ambas actitudes cabe captar a Dios. Estas comparaciones buscan sacudir a la persona, cuestionarla, confrontarla, invitarla a una opción y a una decisión vital.
En este sentido Jesús encarna la parábola. Su Palabra y su acción son el referente primero de tales narraciones, pues él trasmite sus sentimientos, sus propias experiencias y captaciones de la realidad desde su Padre; Jesús como Palabra de Dios encuentra aquí su explicación; Él revela en todo su ser
al Padre. Las comparaciones se reflejan en las acciones de Jesús y a su vez con las narraciones y las palabras, Jesús se esfuerza por mostrar su experiencia vital de Dios su Padre.
Finalmente, ¿cómo se han estudiado hasta ahora las parábolas? De ordinario se leen dentro de los relatos evangélicos y se interpretan de acuerdo con el lugar asignado en el texto. Es decir, se estudian como un aparte más.
En esta perspectiva surgen interpretaciones y comentarios de los cuales tenemos material a nuestro alcance. En castellano se encuentran variados textos para explicar las parábolas de Jesús.10
Desde finales del siglo XIX se conoce una propuesta liderada –sobre todo por exegetas alemanes– para estudiar las parábolas como un conjunto completo, con sentido propio, encuadradas obviamente dentro de los evangelios y de todo el Nuevo Testamento.11 Esta propuesta no alcanzó mucho auge a lo largo del siglo XX, pero actualmente algunos estudiosos la valoran y retoman tal sendero.12
El argumento inicial para proponer un estudio de las parábolas por separado consiste en descubrir cómo ellas –tal como aparecen en los evangelios– han sido incluidas ahí para hablar de Jesús resucitado, lo cual tiene un valor inigualable. Pero cuando por medio de las parabólas, se quiere
llegar al sentido real primario presentado por Jesús, probablemente deben extraerse del contexto en el cual las ubicó la primera comunidad cristiana y los escritores sagrados inspirados por el Espíritu. Los autores de los evangelios, personas y/o comunidades, cuando ponen en labios de Jesús las parábolas
provenientes de las tradiciones orales y de la tradición de los dichos de Jesús –Evangelio Q– y de mínimos fragmentos escritos... trasmiten su fe en el Resucitado, hablan del Evangelio.13

NOTAS DEL AUTOR:
1. Según los críticos exegéticos del Nuevo Testamento, esas fuentes serían: Evangelio de Tomás, No. 20; Evangelio Q o de los dichos de Jesús, conforme a la versión de Lucas 13,18-19, de Mateo 13,31-32; y finalmente, de Marcos 4,30-32. (Cfr. Crossan, 2000: 324-325).
2. Sigo, con ligeras variaciones, la precisa traducción de Kapkin (1997: 177).
3. Traducción de la Biblia de Jerusalén (1998: 1156).
4. Cfr. Pesch (1980: 417). La semilla de mostaza negra, por el siglo I d.C., en la cuenca del Mar Mediterráneo, tiene en promedio un diámetro de 1 mm, y pesa 1 mg. La mostaza se usa para conservar otras verduras y como terapia médica. La altura media de la planta es de 1,5 mts, y sobre el lago de Genesaret (Galilea) alcanza en ocasiones hasta 3 mts.
5. El autor cita las obras de Billerbeck y de K.H. McArthur, quienes traen testimonios en el sentido expuesto.
6. Varias citas del Antiguo Testamento se pueden traer a colación: Salmos 104,12; Ezequiel 17,22-24; 31,1-9; Daniel 4,10-12.17-23; Jueces 9,8-15; Lamentaciones 4,20. En algunos de estos textos tal vez el primer sentido apunta a reconocer el símbolo de un gran reino en el cual se garantiza la protección a sus súbditos.
7. Cabe muy bien llamar aquí la atención sobre dos rasgos presentes en los documentos del Concilio Vaticano II: primero en GS, No. 3: “Al proclamar el Concilio la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta…”. No. 18: “La semilla de eternidad que en sí lleva (el hombre)…”, todo ser humano lleva en su interior la semilla del Verbo. En segundo lugar, GS, No. 16: “La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella.” Todo ser humano puede hacer experiencia de Dios desde lo más recóndito de su ser. (Documentos, 1968: 198, 210-211).
8. Este criterio de pequeñez tiene un recorrido constante en los textos sinópticos alusivos: Cfr. E. Palzkill si/napi, ewj, to, sinapi, mostaza. (Balz y Schneider, Vol. II. Col. 1408-1410).
9. Puede confrontarse este planteamiento con Valverde (2002: 389-400).
10. Para nosotros son conocidos J. Donahue (1997), J. Jeremias (1997 y 1994) y Dodd (1974).
11. Véase la propuesta de Adolf Jülicher, en su obra Die Gleichnisreden (1899-1910). Cfr. Dodd (1974: 22-23). También para ampliar con detalles Wolfgang Harnisch (1989: 59-60 y 103-109). John Sider (1997: 14-16 y 267-270). Joachim Jeremías (1997: 22-23). Gerd Theissen; Annette Merz (2000: 358-360).
12. “La interpretación de las parábolas evangélicas ha sido objeto de una cuidadosa atención en la investigación bíblica del último siglo. Unos (Jülicher, Jeremías, Dodd, Linnemann, Crossan) han querido ver como significante en las parábolas evangélicas sólo el núcleo de la comparación. Otros (Fiebig, Hermaniuk, Black, Riesenfeld) creen que las parábolas evangélicas, al igual que las rabínicas, incluyen comúnmente rasgos alegóricos.” (Muñoz León, 1998: 34)
13. “Así, sin necesidad de resolver el problema –posiblemente insoluble– de si nos hallamos ante los ipsissima verba de Jesús, hay casos en los que podemos estar seguros de que la aplicación de la parábola se remonta, junto con la parábola misma, a la primera tradición, lo cual nos indica al menos cómo fue entendida la parábola por aquellos que se hallaban próximos a la auténtica situación que dio lugar a ella. Por otra parte, hay razones para sospechar que en muchos casos la aplicación no formaba parte de la tradición primitiva, sino que fue hecha por el evangelista o por una inmediata autoridad, reflejando sin duda la exégesis corriente en aquella parte de la Iglesia a la que él pertenecía (…) Debemos suponer que Jesús intentó alguna aplicación concreta; por tanto, una de esas aplicaciones –o más probablemente las dos– tiene que ser secundaria.” (Dodd, 1974: 36-37)

En síntesis, hoy podríamos leer las parábolas, al menos de dos formas: primera, tal como están hoy en los evangelios y desde allí acercarse a la vida de la primera comunidad cristiana por las décadas finales del siglo I d.C., cuando se estampan los escritos. Segunda, tomarlas en sí mismas como un
todo, ver el uso de Jesús, la experiencia vital trasmitida en ellas, en su sentido original, al referirlas casi todas al Reinado de Dios. Esta segunda posibilidad no es fácil de lograr, pero tampoco imposible, pues al menos cabe realizar el intento para adentrarse en el encuentro personal con Jesús. Por este sendero podría transitar el estudio de las parábolas de Jesús en el siglo XXI, para entregar no sólo algunos criterios novedosos, sino sobre todo prodigar un aporte existencial a los retos siempre nuevos de las personas de hoy.


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